4 de noviembre de 2013

Hugo Williams haciendo teatro


CREPUSCULO EN EL WEST END

Hugo Williams está sentado con cierto aire
temeroso e inquieto en los salones de té
del Hotel Waldorf. Su apariencia, oscura,
traje formal y corbata, pañuelo de seda
colocado a la vista en el bolsillo del pecho,
le hace parecer un actorzuelo pasado de moda.
Es casi como si estuviera vestido
para un funeral, y en cierto sentido lo está.

Los viejos teatreros entusiastas de la comedia
inglesa de salón y los viejísimos seguidores
de las viejas películas en las que los tipos auténticos
mantenían el tipo y los bigotes, todo el equipo
completo de clase alta desde la chistera
hasta la gardenia en el ojal, se acordarán
de su padre, el actor y dramaturgo
Hugh Williams, de quien escribe tan conmovedoramente.

El actor brilló por vez primera en el Hollywood de los 30,
se desvaneció en el ejército el tiempo que duró
la guerra, después resurgió afable y canoso
como actor-autor, a cargo de la bandeja de las bebidas
en una serie de elegantes comedias ligeras,
lo que le permitía actuar haciendo de sí mismo
en el mundo que mejor conocía: un mundo olvidado,
que ha sido recreado aquí por su hijo.

Rebuscando entre viejas cartas, ha saqueado el pasado
para imaginarse a sí mismo en la vida y personalidad
de su padre. Según las vidas del padre y el hijo
se aproximan, la percepción del pasado se altera.
Ciertos reflejos centellean una y otra vez
mientras vemos a Hugo Williams dar una vuelta
por el largo crepúsculo de la comedia ligera
de la clase media-alta, cogido del brazo de su hijo.

(Hugo Williams, West End Final, 2009)
(Traducción A. Catalán)



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