22 de noviembre de 2016

El lugar de encuentro, de Louis MacNeice


EL LUGAR DE ENCUENTRO


El tiempo no existía y estaba en otra parte,
había allí dos vasos y dos sillas
y dos personas con un solo latido
(alguien detuvo las escaleras mecánicas):
el tiempo no existía y estaba en otra parte.

Y no se encontraban ni arriba ni abajo;
la música del arroyo seguía fluyendo,
a través del brezal, de un marrón límpido,
aunque estaban sentados en una cafetería
y no se encontraban ni arriba ni abajo.

La campana guardaba silencio en el aire
manteniendo su invertida postura;
entre un tañido y otro una flor,
un broncíneo cáliz de no ruido;
la campana guardaba silencio en el aire.

Los camellos cruzaban las millas de arena
que se extendían entre tazas y platillos;
era el suyo el desierto, planeaban
repartirse las estrellas y las citas:
los camellos cruzaban las millas de arena.

El tiempo no existía y estaba en otra parte.
El camarero nunca vino, el reloj
los olvidó y de la radio un vals
brotó igual que el agua de una roca:
el tiempo no existía y estaba en otra parte.

Los dedos de ella sacudieron la ceniza
que florecía de nuevo en los árboles del trópico:
puesto que les daba igual la caída de la Bolsa
teniendo como tenían bosques como estos,
los dedos de ella sacudieron la ceniza.

Dios o lo que sea que significa el Bien
alabado sea por que se pare así el tiempo,
por que lo que haya entendido el corazón
pueda verificarlo en la paz del cuerpo
Dios o lo que sea que significa el Bien.

El tiempo no existía y ella estaba aquí
y la vida no era ya lo que había sido,
la campana guardaba silencio en el aire
y el cuarto entero era un resplandor porque
el tiempo no existía y ella estaba aquí.

(Louise MacNeice)
(Traducción de Andrés Catalán)

Original, acá



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