15 de noviembre de 2017

Más allá de los Alpes, de Robert Lowell


Más allá de los Alpes

(En el tren de Roma a París, 1950, el año en que Pío XII definió el dogma de la ascensión física de María)

Mientras leía que hasta los suizos habían tirado la esponja
una vez más y el Everest seguía aún
sin escalar, veía a nuestro coche cama de París arremeter
soñoliento por la pajiza nieve de los Alpes.
¡Oh bella Roma! Vi a los camareros avanzar
de puntillas por el tren golpeando sus gongs.
La vida se convirtió en paisaje. Muy a mi pesar
dejé en su sitio a la Ciudad de Dios.
En ella Mussolini, loco por las faldas, desplegaba
el águila de César. Era uno de los nuestros,
solo uno más, pura prosa. Envidio el ostentoso
derroche de nuestros abuelos en sus grandes tours:
sabios victorianos de pelo largo que aprobaban el universo,
mientras dilapidaban su herencia por el mundo.

Cuando el Vaticano decretó el dogma de la Asunción de María,
las muchedumbres en San Pietro gritaron Papa.
El Santo Padre dejó caer su espejo de afeitar
y prestó atención. Ronroneaba su maquinilla,
trinaba el canario sobre su mano izquierda.
Las luces de la ciencia no le llegaban a los talones
a la asunta María: ¡de golpe y milagro, alada
como un ángel, hermosa como un ave exótica!
Pero ¿quién se creía esto? ¿Quién iba a entenderlo?
Los peregrinos besaban aún la broncínea sandalia de San Pedro.
El cráneo linchado, desnudo y pateado del Duce hablaba todavía.
Dios arreaba a su pueblo hacia el coup de grâce:
la ataviada guardia suiza inclinó sus picas para abrirse paso,
oh Pío, a través de la monstruosa masa humana...

Nuestro tren alpinista había vuelto a tierra.
Cansado del quejumbroso cuchicheo de las ruedas,
el ego de ojos adormilados que pateaba en mi litera
se tranquilizó, y vi a Apolo plantar los talones
en terra firma atravesando el muslo de la aurora...
cada Alpe dejado atrás, perdido, un Partenón,
una cauterizada cuenca del ojo del cíclope.
No había billetes para aquellas alturas
que antes poseía la Hélade, cuando la Diosa se alzaba,
príncipe, papa, filósofo y rama dorada,
pura razón y homicidio en la proa segadora:
Minerva, aquel aborto del cerebro.

Y ahora París, nuestro clásico negro, se disgrega
como reyes asesinos en una copa etrusca.

(Robert Lowell, Poesía completa 1, edición y traducción de Andrés Catalán, Vaso Roto, 2017).


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